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01 junio 2020

CARNARIA.

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Era una festividad en honor a la ninfa Carna, según el mito, ella fue perseguida por Jano (Ovidio, “Fasti”., VI. 100 y ss.). Al unirse a este dios, él le prometió que ella sería la divinidad de los goznes de las puertas, en compensación por perder la virginidad. Para su vigilancia, se le otorgó una rama de espino albar para repeler los malos agravios que podían entrar a esa casa o edificio. Se le concedió el día 1 de junio como su día especial, para que cerrara lo que esté abierto y abriera lo que esté cerrado (Ovid. “Fasti”., 102).


Aunque hay que decir que en su origen no fue a Carna, sino que se denominaban estas fiestas como las “Fabaria”, es decir, el día de consumo de “fabas”, judías o habas. Que, como curiosidad en el bable asturiano ha quedado conservado con el mismo significado, “fabes”. Así que, cuando os toméis unas “fabes” asturianas o fabada, estáis tomando en realidad, un plato romano. Realizándose su culto, ya el de Carna, pero conservando lo anterior, en el Monte Celio. 


Según Ovidio “Fasti.”, VI. 169, nos narra que se consumían en este día tocino y habas con espelta caliente en forma de puré. Pues eran alimentos propios del momento y al alcance de cualquier persona. Es más, aunque fuera en un mes dedicado a la diosa del matrimonio, Juno, se recomendaba que fueran las bodas en la segunda quincena de este mes (Plutarco, “Quaest. Rom.”, 86) (algo que no hemos cambiado mucho, pues por lo general casi siempre se pide cita para el matrimonio en junio). Por otro lado, uniendo ambas tradiciones, la recién casada untaba con grasa de cerdo los goznes de la puerta de su nuevo hogar y durante la procesión nupcial, uno de los jóvenes portaba una antorcha fabricada con espino blanco trenzado (“spina alba”), que era encendida en casa de la novia. Carna (goznes) y Jano (puertas). 


También cubría la función de proteger las vísceras del hombre, especialmente el corazón y el hígado, debido a la ingesta de estos alimentos, pues se creía que las habas maduras daban fuerza y vigorosidad. Según nos lo cuenta Macrobio, I. 12, 32-33.